Nada mejor un día de puente que salir a comer fuera a un buen restaurante. Todavía recuerdo la primera vez que me entrevisté con Toñi Benítez, responsable Can Mauri, poco antes de abrir hará ya unos diez años. Le asaltaban todas las dudas ante la nueva aventura en la que se embarcaba. Pero ha demostrado que con pasión, oficio y esfuerzo se puede conseguir el éxito. La masía de más de 500 años de historia es un lugar ideal para albergar un restaurante.

El cochinillo es la estrella

Pero vamos al lío. He podido probar varios platos: Media ración de jamón ibérico, un manojo de calçots con su salsa romesco, y un plato de corazones de alcachofas confitadas con crujiente de jamón ibérico. Para los calçots ofrecen un babero que luego te puedes llevar a casa y unos guantes de plástico para no mancharse las manos. El romesco es sencillamente genial y en realidad es lo que hace más o menos ricos unos calçots.

De segundo he probado el solomillo de cerdo ibérico con salsa de Oporto que he encontrado muy sabroso y tierno, acompañado de una guarnición muy completa: bloque de patatas encebolladas, puerro, tomate gratinado y manzana caramelizada. Pero la estrella de la corona ha sido el cochinillo de crianza propia elaborado con todo el cariño durante ocho lentas horas para lograr una piel crujiente y una carne tierna y jugosa. Un hatillo de espárragos verdes con bacon y manzana caramelizada de forma magistral ha sido la guarnición.

De postres: una delicatessen como apuntaba el camarero: Flan de queso; y también coulant de chocolate. Junto al postre una copa de un vino dulce excelente del que se elaboran muy pocas botellas al año y Can Mauri sólo puede disfrutar de seis de ellas: Ximénez Espínola.

La bebida para toda la comida ha sido el cava de la casa, que como cabía esperar es de gran nivel: Loxarel Vintage Brut Nature.

«Las pruebas del delito»: